martes, 6 de mayo de 2008

Biografía de Hugo Mujica

HUGO MUJICA nació en Buenos Aires en 1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Esta gama de estudios se refleja en la variación de su obra que abarca tanto la filosofía, como la antropología, la narrativa como la mística y sobre todo la poesía.

Entre sus principales libros de ensayos se cuentan "Kyrie Eleison" (1991), "Kénosis" (1992), "La palabra inicial" (1995), "Flecha en la niebla" (1997) y "Poéticas del vacío" (2002) y "Lo naciente" (2007). "Solemne y mesurado" (1990) y "Bajo toda la lluvia del mundo" (2008), son sus dos libros de cuentos.

Su obra, iniciada en 1983 , ha sido editada en Argentina, España, Italia y Francia. Su vida y sus viajes ha sido el material principal de su obra, hitos como el haber vivido y participado de la década de los 60 en el Greenwich Village de Nueva York, como artista plástico, o el haber callado durante siete años en el silencio de la vida monástica de la Orden Trapense, donde comenzó a escribir, son algunos de los mojones de su historia.

Poemas de Hugo Mujica

HAY PERROS QUE MUEREN DE LA MUERTE DE SU AMO




Hay perros

que mueren de la muerte de su amo



cuerpos que no hacen el amor,

hacen el miedo



que no se agitan,

tiemblan.



Y hay hombres

en los que muere dios

como una gota de lacre

sobre el pecho

de un torso de mármol,



son los que lloran cuando creen

estar hablando,

o gritan soñando, pero al alba

olvidan el grito

con que encendieron la noche.



Hay hombres en los que gime dios

por no encontrar un hombre

donde morir de carne,



pero no llora como quien lo hace

solo,

llora como quien llora abrazado a un niño.




HACE APENAS DÍAS



Hace apenas días murió mi padre,

hace apenas tanto.



Cayó sin peso,

como los párpados al llegar

la noche o una hoja

cuando el viento no arranca, acuna.



Hoy no es como otras lluvias

hoy llueve por vez primera

sobre el mármol de su tumba.



Bajo cada lluvia

podría ser yo quien yace, ahora lo sé,

ahora que he muerto en otro.





ORILLAS



Afuera ladra un perro



a una sombra, a su eco

o a la luna

para hacer menos cruel la distancia.



Siempre es para huir que cerramos

una puerta,

es desierto la desnudez que no es promesa



la lejanía

de estar cerca sin tocarse

como bordes de la misma herida.



Adentro no cabe adentro,



no son mis ojos

los que pueden mirarme a los ojos,

son siempre los labios de otro

los que me anuncian mi nombre.





NOCHE ADENTRO Y NO DUERMO



A lo lejos, en un atardecer

en que el otoño

es un lugar en mi pecho,

comienzan a encenderse las ventanas,



mi nostalgia

por estar donde bien sé que al llegar

volvería a estar afuera.



Duelen los ojos de soñar tan a lo lejos



la frente de pensar

lo impensable de tanta vida

que no he abrazado,

tanta deuda de lo que no he nacido.



Poco a poco se apagan las luces,



es el lindero de una noche y otra noche,

la frágil vecindad

del miedo y la esperanza.



El último día podría ser éste que termina,

esta noche

en la que aún escribo



igual, pero sin una ausencia nueva

para seguir esperando.





HASTA EL FINAL



Vi un perro negro muerto

en la calle,

aplastado en medio de la acera, manchado,

porque nevaba.



Vi la vida, allí mismo,

y no había más que eso: la coartada

del inocente: pagarlo todo.



Sentí en la nieve la vida y me vi morir

como un animal que se resiste

hasta lo último



hasta el deseo de ser rematado,



hasta el gemido final,

el que pide perdón por todo crimen ajeno:

el que perdona a dios.





UN PEDAZO DE HAMBRE, UN VASO DE AGUA



Fiel a lo humano,



al tamaño de lo que los brazos

mecen,

a la fiesta

de lo que en las manos cabe,



a la callada esperanza

que es no apretar los labios.



Fiel a un vaso de agua

y al pedazo de hambre

que otro cuerpo nos trae,



fiel sorbo a sorbo, hambre a hambre.



Fiel al pudor de apenas una seña,

apenas el abismo

del otro

cuando el silencio

calla la piel que nos separa.



Fiel al límite de morir hombre,

de haber abrazado el vacío

que ese mismo abrazo llenaba.





LO ABIERTO







Cae quieta la lluvia,

lo abierto mana.



Cae la lluvia, cae sobre

la espera,



en la caída la lluvia es su camino

y el camino su llegada.



Hay que osar lo abierto y la caída:

el desierto de la sed

no la sed del desierto.






EN PLENA NOCHE







También en plena noche

la nieve

se derrite blanca



y la lluvia

cae

sin perder su transparencia.



Es ella, la noche,

la que nos libra de los reflejos,



la que nos expande

las pupilas.



Lo que busca con su bastón

el ciego es la luz, no el camino.





EL ANUNCIO




Raro relámpago del

instante,



brilla y ciega sobre

un plato blanco y vacío.



Hay que acoger el fulgor de la ausencia,



reflejar

el don de lo que no está

en cada cosa que creamos.







AFUERAS



Puerta en medio del campo:

lindero y puente entre dos afueras.



El borde del salto no es una orilla, es la vida,

al borde de cada vida.





SED ADENTRO




La boca abierta bajo la lluvia

y el agua buceando el alma.



Sed adentro

hasta donde el mar se seca noche,

hasta donde la sed amanece playa.





PARTIDA A PARTIDA




I



Sin ropa se nace,

se brota



desnudo se llega:

partida a partida.





II



No tener adónde ir

no es que nadie nos espere,



es no tener dónde regresar:

la muerte es nacer afuera.




BAJO LOS TECHOS




Bajo los techos

se oyen respirar los sueños

en el callar de la noche;



en la calle



un niño,

sin sombra ni rumbo,



recorre el vacío de dios, paso a paso

desanda su esperanza.



INFANCIA





Llueve

y al árbol le pesan sus hojas,

a los rosales sus rosas.



Llueve

y el jardín huele a infancia,



a cercanía de todos los milagros,

a ausencia de todas las memorias.





INSTANTE




Unas hojas,

unas pocas hojas sacudidas

por el viento.



Un temblor en oscuro bosque,

un destello de vida,

un instante de niño.




RESPLANDOR




Ya noche,

caminando,



vi el instante de un relámpago

sobre el charco de una calle,



cerré los ojos

y, blanca e inmensa, y a la vez serena,

se encendía un alba.




NIEVE AL VIENTO



Copos de nieve al viento,

caen desde su ahora,

caen sobre su aquí.



Cuando no hay ayer, cuando

hoy es olvido,

no hay con qué imaginar mañanas:

hay sólo lo que siempre hay,

hay este estar naciendo.

Poemas de Hugo Mujica

ALBA



Quieto,



como no moviéndose

para que la sangre no rebase

la boca



Quieto,



como sintiendo un pájaro

herido

en la palma de la mano



sin cerrar la mano

sin abrir los ojos.



hay una fe que es absoluta:



una fe sin esperanza.

martes, 25 de marzo de 2008

Una conferencia de Borges

LA VOZ DE BORGES: una conferencia.

La creación poética parte de la memoria y la memoria está hecha sobre todo de olvido. La memoria escoge lo que quiere o debe olvidar. Yo escribí un cuento sobre un hombre abrumado por una memoria infinita, ese cuento se llama Funes el memorioso. Felizmente nuestra memoria no es infinita, uno puede olvidar, unopuede inventar. Y todavía hay otro hecho: que cada lengua es una tradición, una tradición literaria y poética. Yo no estoy seguro de que la palabra lune, por ejemplo, en latín, en español, en italiano, en portugués o en rumano sea la misma palabra que la palabra lune en francés. La palabra lune es más fina y además es una sílaba, como esa palabra inglesa, muy larga, moon.

Sé que hay dos teorías extremas sobre la poesía. La primera, que sería la segundaq en el tiempo, es la del gran poeta romántico, Edgar Allan Poe. La teoría de Poe, que él ha expresado en su Teoría de la composición, es que la poesía, la creación poética, es un acto intelectual.
Yo estoy seguro de que él se equivoca. Él tomó su propio poema-El cuervo-, un poema que ha sido bien mejorado por sus traductores: Baudelaire, Mallarmé; un poema bastante mediocre en inglés, y él explicó cómo llegó a ese resultado.
Comenzó por la idea de refrán; la importancia, la fuerza estética del refrán. Entonces pensó: los dos sonidos más importantes de la lengua inglesa son eer y oor. A partir de ellos, llegó inmediatamente a la palabra nerveromore y después pensó: es bastante extraño que un ser dotado de razón repita continuamente la misma palabra. Entonces pensó en un animal, pensó en un loro, pero la dignidad poética le hacía falta. Él leía en ese tiempo Barnaby Rudge de Dickens y ahí encontró un cuervo.
El cuervo le sugirió el busto de Palas, el busto le sugirió la biblioteca y siguió así, por un sólido razonamiento, hasta la escritura de su bastante mediocre poema El cuervo.
Poe comenzó por el último verso: Shall be lifted nervormore!, y después escribió el resto hasta llegar a ese fin, un tanto melancólico, diría yo. Esta es la teoría de la composición poética como un acto intelectual, como un acto de razonamientos y de silogismos.
Y tenemos la otra idea. Es la antigua idea de la inspiración. Esa palabra es demasiado grandiosa para mí. La idea de la inspiración es la idea del poeta como secretario, como alguien que recibe el dictado de una fuerza desconocida. Los griegos pensaban en las musas; los hebreos pensaban en los reyes, en el espíritu. Esa idea es más posible. Se puede pensar también en lo que el gran poeta irlandés William Butler Yeats llamaba great memory, la idea de que en cada uno de nosotros yace la memoria de nuestros ancestros. Somos infinitos. Entonces el poeta no se puede reducir a su realidad personal y recibe cuando escribe esa gran memoria.




Yo quisiera hablar de mi larga experiencia, mi modesta experiencia. Yo pasé…, consgré mi vida a la literatura. Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir: yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien quizá me dio esa idea. Sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y escribiendo, y tal vez, publicando.
Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil.

Yo camino por las calles de Buenos Aires, por la Biblioteca Nacional, y de pronto siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre las dos cosas. Después siento que esa idea exige un cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después.

A veces, mi punto de partida fue un texto cualquiera, ya que entre las experiencias humanas, quizá una de las más bellas, una que asegura la felicidad de una cierta manera, es, como todos sabemos, la lectura. O, como decía Emerson, otro gran poeta: la poesía nace de la poesía; o, lo que yo dije anteriormente: la poesía nace del lenguaje, pues cada lenguaje es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una literatura posible. Ésa es para mí otra manera de la creación poética.

Pero hay otra manera que yo he empleado para mis modestos fines, esa manera es un reflexión cualquiera. Por ejemplo, la palabra inolvidable, que yo pensé en inglés, un-for-get-table. Comencé por esa palabra. Me dije: todos los días empleamos la palabra “inolvidable”…, pero si algo fuera inolvidable qué pasaría. Uno no podría pensar en otra cosa. Si alguna cosa fuera continuamente inolvidable, entonces uno se volvería loco. Ese fue mi punto de partida para una historia que yo escribí. Se llama El zahir. Es una moneda de veinte centavos que es inolvidable. El hombre que la ha visto se vuelve loco al cabo de algunas páginas.
En otra ocasión partí de una reflexión abstracta. Pensé en esa admirable invención teológica de la eternidad. Me dije: en la noción de eternidad se piensa que hay un momento, un momento divino evidentemente –no pertenece al hombre sino a la divinidad-, hay un momento donde se encuentran todos los momentos del tiempo, es decir, en un simple momento de la divinidad se encuentra todo el pasado, todo el presente y todo el provenir. Pensé en una categoría más modesta que el tiempo, el espacio.
Uno puede imaginar que en alguna parte hay unn rincón en donde se encuetnran todos los rincones del universo. Entonces escribí una historia que quizá ustedes hayan leído: El Aleph.
Yo no sé si es un buen cuento o no. Mucha gente lo ha leído y lo ha encontrado…, legible, digamos.
Mi punto de partido en esos dos cuentos, han sido esas dos ideas no muy interesantes, no muy nuevas que yo sepa. Y además, hay otra cosa: cada vez que escribí, sentí la emoción, la emoción de mi vida: yo creo que no se puede escribir sin emoción, sin pasión. La idea de la poesía como chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una idea falsa. Y además, cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en un hombre de letras esto pide una forma.

En La Odisea se lee que los dioses dan desgracias a los hombres para que las generaciones siguientes tengan algo que cantar. La idea de que nuestras experiencias son hechas para el arte, son hechas para hacer otra forma de arte. En este arte encontramos a primera vista que quizá el infortunio es más rico que la felicidad, la derrota es más rica que la victoria. La derrota puede hacernos pensar, mientras que en la victoria se mezclan las intejecciones, la vanidad: entonces el infortunio es mejor.
Ciertamente todos tenemos nuestra parte de felicidad y de infortunio: pero la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada, mientras que el infortunio debe ser transformado en otra cosa. Es decir, el infortunio sería la materia del arte o también la nostalgia. La nostalgia está ligada a una felicidad perdida, a un paraíso perdido.
El gran poeta cubano, Jorge Guillén, es el único que quizá le haya cantado a la felicidad presente. No la felicidad como paraíso perdido, sino como si él estuviera en le paraíso. Yo no conozco otro poeta que haya hecho eso. Whitman hace lo posible por cantar la felicidad, pero uno siente que él era un hombre triste, solo, y que su felicidad es un deber que él se impuso, que su felicidad es una faena, digamos.

( … )

Cuando yo era joven era barroco, buscaba palabras muy antiguas o trataba de forjar palabras: en el presente intento interferir lo menos posible en lo que escribo. Es decir, escribo, dejo la página de lado, la releo al cabo de algún tiempo, suprimo todas las palabras o frases que puedan sorprender al lector. Trato de que eso resbale e incluso estoy obligado, a veces, a dar esa impresión aunque yo sepa que eso nunca ha resbalado, y a cambiar y a corregir, y a corregir mi corrección, y así de continuo.

( … )

En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo, pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente. Es decir, yo no tengo estética, no busco los temas, los temas me buscan. Yo intento detenerlos, pero al final ellos me encuentran. Entonces hay que escribir para quedarse tranquilo.
Cada tema tiene su estética. Cada tema nos dice si quiere que lo escriba en verso, en forma clásica, en verso libre, en prosa. Creo que la estética es dada a cada tema. Hay temas que exigen una novela, esos no me han visitado, no creo que escriba una novela. He leído pocas novelas, he escrito demasiados cuentos. Y lo repito: intento ser sobre todo legible. No pienso en el lector salvo en el sentido de que intento que la lectura sea fácil y, si es posible, agradable.


Este es el fragmento de una conferecnia en francés dictada por Jorge Luis Borges y filmada por Alain Jaubert y Francoise Luxereau en el College de France en 1983.

martes, 18 de marzo de 2008

Video Alejandra Pizarnik

Video de Alejandra Pizarnik: una voz

Poesía y Lenguaje, Ivonne Bordelois



Poesía y lenguaje, Ivonne Bordelois, en La palabra amenazada, Libros del Zorzal, Buenos Aires, febrero de 2003


No deberíamos, entonces, deslizarnos al cliché apocalíptico, porque, felizmente, las culturas transcurren y se suceden unas a otras, mientras el lenguaje, a pesar de llevar en sí las cicatrices de las diferentes hecatombes culturales, económicas e históricas de las cuales es testigo y víctima, sigue allí como depósito de la memoria colectiva y fuente viva de la vida y la poética futura. Es decir, hay algo perfectamente indestructible en el lenguaje y algo particularmente eterno en ese especial resplandor del lenguaje que llamamos la poesía –el más peligroso de los bienes, según Holderlin. Y en realidad, tratar de defender a la poesía es una empresa un tanto ridícula, poorque es la poesía quien en realidad nos defiende a nosotros, y hay algo permanente y permanentemente sosegante en esa fortaleza con que la poesía nos defiende y sostiene le esplendor de nuestra vida. De eso habla Keats cuando dijo: “A thing of beauty is a joy for ever”. Ese gozo profundo que se desprende de la poesía no es siempre accesible y tiene que ver mucho más con la felicidad, que llega siempre en relámpago y conmoción, que con esa forma bastarda y ciega del ser contemporáneo que es el bienestar.
En esencia, pase lo que pase, seguimos siendo, con Manrique, “los ríos/que van a dar la mar/que es el morir. / Allí los señoríos/ derechos a se acabar/ consumir”. También los señoríos electrónicos , también los bancos off shore se consumen y desploman, pero no, curiosamente, las palabras de Jorge Manrique, que resplandecen oscuramente a través de los siglos. Ninguna multinacional puede apagar los ecos de aquel “verde que te quiero verde” con el cual Federico García Lorca modificó de una sola pincelada el español de su época, y a nosotros con él. Ninguna deuda externa, ningún riesgo país puede superar lo que el universo le adeuda a aquel muchacho oscuro que en una pensión de Santiago de Chile, a los diecinueve años, se sienta a escribir: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: El cielo está estrellado/ y tiritan azules los astros a lo lejos”.
Hay algo particularmente hermoso y natural en la poesía que nace del lenguaje porque el lenguaje nunca se acaba; no hay que salir a buscar o a comprar sus elementos, como lo debe hacer el escultor o el pintor con sus materiales. Está allí, incabable, siempre; nunca agotable. Como decía Alfonso Reyes, es el baile del habla. Riéndose de nosotros: pura abundancia, niñez, regocijo, todos los días recreándose a sí mismo. En el principio es el verbo, en el final es el verbo: siempre es el verbo, y nosotros, sus inútiles servidores. El destinatario e interlocutor esencial de la poesía –y también su causa y su origen-, no es jamás el público, ni el poeta mismo, sino el lenguaje que resplandece en las tinieblas –de las que fomra parte, en gran medida, el público. El que realmente nos espera y nos exige, es el lenguaje, ese ser proteico, multiforme y eterno, superior y anterior a nosotros.Aquello indecible, escandaloso y sublime, escanadalosamente sublime, que el público, interesado en el éxito, justamente no comprende. Como la lluvia surge del agua y vuelve al agua, como el mar asciende al cielo para regresar a sí mismo, así la poesía emerge del lenguaje y al lenguaje vuelve, purificándolo en su viaje desde los abismos a las alturas más remotas.
Algo que distingue al verdadero poeta de aquél que codea por los honores-no es su modestia sino saber eso: que el destinatario cierto de la poesía no es jamás el público sino esa misteriosa calidad del lenguaje que el público adocenado justamente no comprende. De modo que la ridícula desproporción entre la suprema dignidad de Aquello y la vulgaridad del público que se menea y baja la frente obsecuentemente, con sumisión enceguecedora, ante los premios y las supuestas consagraciones, es tal, que el verdadero poeta se encoge de hombros y sigue su camino, fiel al Verbo por el cual todo fue hecho y sin el cual ninguna cosa verdaderamente viviente existe. A veces un Federico, a veces un Pablo rompen el cerco de tinieblas y la luz se esparce por toda la tribu. Pero por uno de ellos, cuántas Violetas muertas en el camino. Esto es lo que le da fortaleza al poeta contra los editores estólidos y las audiencias bostezantes y las puertas cerradas. Ésta es su única recompensa: saber que aquello es inalcanzabler y siempre no sonríe –entre las tinieblas. “El que pone la mano en el arado y nira hacia atrás no es digno de mí”.
Y uno de los rasgos más peculiares de la poesía es que, a diferencia de los objetos de la ciencia, que son definidos y definibles rigurosamente, nadie puede definirla a ciencia cierta. Algunas definiciones son más afortunadas que otras, como por ejemplo cuando se dice que la poesía es un aleteo, o el resplandor de la verdad, o el lugar donde todo es posible, como afirmaba Pizarnik. Sin embargo, la esencia, o más bien la experiencia de la poesía, sigue siendo fundamentalmente inaferrable, y es precisamente en este carácter de permanente libertad y misterio donde se cetnra su profundo e imperecedero encanto. En otras palabras, ninguno de nosotros, sabe en realidad, definitivamente, qué es la poesía; nadie, en rigor, la conoce; pero todos, sin excepción, nos recnocemos en ella. Es más, la precisamos: Baudelaire, que sabía algo más que alguno de nosotros acerca de ella, decía que era imposible para un ser humano mantenerse vivo sin una visitai}ción, aun cuando fugaz, aun cuando inconsciente, de la poesía; y todos nosotros entendemos, comprobamos, de algún modo, que esto es cierto.
Y la poesía debe pasar obligatoriamente por la catarsis del silencio, sobre todo del silencio del lector. Antes de escribir un poema, debiéramos asomarnos a escuchar aquellos cien poemas que bordearon o dijeron lo que, acaso sin saberlo, repetiremos defectuosamente. La poesía empieza con la escucha humilde y purificadora, no con explosiones prematuras de un narcisismo mal contenido. Antes de decirnos a nosotros mismos nos han dicho Isaías, Sófocles. Shakespeare, García Lorca, Baudelaire. “Escribir es hablar y callarse a la vez. Alguna vez esto también significa cantar”, dice Marguerite Yourcenar.
Personalmente, siento que la poesía es aquello que rompe los límites de lo indecible y cambia nuestra lengua, transformándonos a nosotros en ella. La poesía intenta crear un lenguaje dentro del lenguaje, decía Valéry; es más: es un combate contra el lenguaje, añade Alfonso Reyes. La violencia que ejerce el poeta contra el lenguaje inerte y cosificado con el cual tiene que medirse es la violencia de los dolores de parto que anuncian la creación de un nuevo lenguaje en el lenguaje, contra el lenguaje. A veces, lo indecible es lo aparentemente trivial, aquello que subyace la experiencia cotidiana y no alcanza a emerger al dominio de nuestra atención porque carece de los prestigios temáticos de la poesía convencional. Aveces se trata de un fiero tabú. En todos los casos, hemos saltado un límite de ese silencio que no es el silencio enriquecedor de la contemplación sino el violento silencio de la represión o del ninguneamiento o, más profundamente, la ceguera acerca de los propios mecanismos con el que el lenguaje se amortigua a sí mismo.
Es preciso decir que el carácter insabile de la poesía es uno de sus poderes, pero también una de sus mayores debilidades, porque en nombre de ella, es decir, en su nombre falsificado, se producen enormes embustes y sacrlegios, como lo es la producción de teorías inintelegibles acerca de ella, o bien la carrera de los premios oficiales, que muchas veces laurea a determinados escritores por modas culturales, por sus preferencias políticas o sexuales, es decir, consideraciones que nada tienen que ver con ella. Esa política es nefasta, no tanto porque recompense a actores equivocados, sino y ante todo porque ahuyenta de la verdadera poesía a quienes se sienten genuinamente, inocentemente inclinados a ella o arraigados en ella, y se ven sin embargo confundidos por este curso erróneo de los acontecimientos. Pero en realidad, aunque esto suene extraño, el lugar de la poesía no es la literatura y mucho menos los premios o las distinciones y aun menos el canon o la crítica académica.
Es bueno y necesario saber o recordar que los mayores poetas del mundo han sido grandes desconocidos ensu tiempo. La más hermosa poesía lírica de la Península Ibérica –según Roman Jakobson, el monumento lírico mayor de todo Occidente- las cantigas de amor galaico-portuguesas, canciones de amigo, provienen de mujeres analfabetas, muchachas campesinas que las cantaron en el siglo XIV, en pleno Medioevo, mientras poetas cortesanos las recogían y a veces las firmaban descaradamente. Algunos de los mejores versos de la poesía argentina andan en boca de pastores y pastoras collas, recogidos en los canciones de Carrizo y Valladares. El poeta contemporáneo, como dice Joyce, tiene sólo tres armas a su disposición: astucia, silencio y exilio. Son las armas de Kavafis, las de Pessoa, las de Miguel Hernández, las de César Vallejo, que murieron sin el menor asomo de celebridad, y algunos de ellos en la mayor penuria. Esto no es un azar, como tampoco es un azar el hecho de que nunca hubieran sido premiados en vida: a una poesía de cóndores corresponde muchas veces una crítica de topos. El desprecio que cerca e impide la escucha profunda del lenguaje: por cierto, ese desprecio no juzga a los poetas, sino que confirma y condena la sordera y mediocridad de su época.
El mismo desdén o d}falta de atención cerca de aquellas creaciones espontáneas que no precisan el aura literaria sino la presencia de un ojo poético para emerger. El imperdible y fatídico refrán de nuestras operadoras telefónicas: “El destino que intenta alcanzar se encuentra congestionado” es un buen ejemplo de poesía negra involuntaria, perla del humor argentino. Como dice José María Parreño en el epílogo del delicioso libro de Esteban Peicovich, Poemas Plagiados, que recoge muchas de estas perlas, lo poético acecha en lo escrito o lo dicho sin pretensión estética alguna. “Y es que la poesía silvestre y muchas veces en los libros de versos es el único sitio donde no está”.


Cuerpo de palabra

Mallarmé advertía a Degas –que pretendía versos con ideas, ya que no le faltaban en sus ratos de coio: “Pero los versos, oh Degas, no se hacen con ideas, sino con palabras”. Parecería obvio que la primera y primordial materia de la poesía es la música de la palabra, el cuerpo glorioso de la palabra, y que precisamente la poesía sea el reclamo de los poderes corporales del lenguaje. Como lo dice Borges: “Creo que la poesía debe impresionar inmediatamente y de un modo casi físico”. Y cita a un poeta inglés que dice: “Si al leer un poema no sentimos que nuestra sangre circula más de prisa, ese poema ha fracasado”. Desde esta perspectiva, podemos pensar en aquella conmoción que acompaña a la poesía imaginándola, en las palabras de un pensador francés, como “aquello que no engaña”. Un ejemplo eficaz, proveniente del mismo Borges, es aquella su célebre línea: “Me duele una mujer en etodo el cuerpo”.
Y si hablo de la música de las lenguas poéticas es porque curiosamente la poesía contemporánea, en particular la de algunos poetas más jóvenes, parece alinearse casi ferozmente del lado más sordo del idioma, allí donde las palabras parece que se avergonzaran de su cuerpo. Esta deliberada amusicalidad del lenguaje poético ocurre, paradójicamente, cuando en la teoría contemporánea se habla incansablemente del cuerpo. Es notable que esto ocurra precisamente cuando el pobre cuerpo humano es clonado, reducido constantemente a dieta, obligado a operaciones indignas para ocultar una digna ancianidad, proclive a la anorexia, compelido a gimnasias extenuantes, degradado constantemente por la pornografía global. En particular, parece curioso que la muy positiva revolución sexual del siglo XX y la muy positiva liberación de las mujeres no hayan desembocado, como acaso hubiera cabido esperar, en el nacimiento de una poesía erótica, naturalmente distinta pero comparable en calidad y eficacia al medioevo y la del renacimiento. Es como si el cuerpo se hubiera divorciado de la palabra. En lugar de una renovada poesía erótica presenciamos la irrupción indetenible de la pornografía internética: una vez más, el lenguaje calla avergonzado.
Volviendo a la centralidad del cuerpo, cuando habla del impacto físico que debe tener la poesía, Borges está hablando de los poderes musiclaes e irracionales de la lengua, allí donde las palabras no son referencia sino presencia, contacto mágico con el otro lado del lenguaje. Dichjo de otro modo, las palabras dejan de ser signos duales provistos de significado y significante, de sentido y sonido, para fusionarse en una sola experienca simbólica más cercana al sueñp y a la sangre que al discurso articulado. En la tradición de la poesía argentina tenemos hermosísimas ilustraciones de estas magias corporales de la poesía, desde Lugones a Pizarnik pasando por Orozco, Molina, Biagioni, Castilla y tantos otros más. Una manera de reconocer estas magias es que el verso se clava inmediatamente en nuestra memoria y no la abandona nunca más, como un talismán necesario que nos porotegerá desde allí en adelante. Pienso por ejemplo en las líneas de Pizarnik: “Explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco, llevándome” , o en Molina cuando dice: “Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan/ se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo/ la errónea maravilla de sus noches de amor…”
La ausencia de esta fuerza física, esa capacidad de impregnar de un solo golpe nuestra memoria y nuestra vida que tiene la gran poesía, es quizá uno de los rasgos más notables de la poética contemporánea en nuestro medio. Acaso con el propósito de liberarse de toda retórica, se incurre ahora en una retórica negativa, que es la de la trivialidad, la opacidad, la deliberada mortificación del espléndido cuerpo verbal de la palabra.
Esta situación, por otra parte, no es privativa de la poesía argentina actual. Quiero decir que a principios y mediadios del siglo XX hubo una gran renovación de la poética mundial, iniciada por las vanguardias y continuada por grandes figuras de la talla de Neruda o Dylan Thomas. Se ha hablado mucho, por ejemplo, del boom de la novela latinoamaericana, pero se olvida demasiado que a este boom lo precedió y lo alimentó un boom anterior, el de la poesía en lengua española representada por Vallejo, Lorca, Neruda o el primer Paz. En ciertos aspectos, estos escritores desataron ideológicamente y metafóricamente la imaginación de los grandes novelistas que de ellos se nutrieron. Es más, dentro de la novela del boom, los límites entre poesía y narrativa no son siempre nítidos, y figuras como las de Cortázar no representan sólo a novelistas innovadores, sino, en su caso específico, a unbuen poeta muy mal conocido, que convendría releer con mayor atención. En ese sentido, ha habido un nuevo Siglo de Oro para la literatura española –y para la poesía en general- en esa etapa del siglo XX, y a las grandes cumbres de inspiración poética, como se sabe, suelen sucederse períodos de cierta opacidad y repliegue.
¿Cuál sería, entonces, la estrategia a seguir para quienes nos aferramos atentamente a las zonas de su supervivencia de la poesía, ya que la poesía es nuestra propia forma de supervivencia? Pienso fundamentalmente en dos caminos. Uno, el que consiste en desembarazarse de la panoplia oficial de las evaluaciones, y atender y suscitar con mayor lucidez y ternura a la poesía d elos más desconocidos –no de aquellos que hacen de la poesía un buzón sentimental, como ocurre con excesiva frecuencia, sino de aquellos que saben que la poesía es fundamentalmente un salto mortal en un lenguaje nuevo, y a esa riesgosa empresa se atreven.
Pero como lapoesía participa del eterno retorno ( es un avatar dichoso de este mito ), está también el camino del regreso. Éste es el camino que nos lleva a releer y reconstruir con amor la gran poesía descuidada o ignorada que nos ha precedido, y que yace entre nosotros comoesa “inmensa riqueza abandonada” de la que hablaba Edgar Bailey. Pienso en las relecturas de la espléndida poesía olvidada que nos rodea, en la necesidad, por ejemplo, de una reedición de la obras de Amelia Biagioni. Pienso en los grandes, enormes poetas chilenos que nos llaman desde el otro lado de la Cordillera: pienso en el entrañable Jorge Teillier, pienso en la injustificablemente desoída Violeta Parra, una figura magnífica que está esperando el lugar que le corresponde a las letras latinoamericanas. La mirada que se detiene en estas figuras y las relanza a la vida es también poesía, es guardiana de la alta llama inextinguible de la poesía entre nosotros, es garantía y condición de la permanencia de la poesía con nosotros.

Memoria digital y memoria poética

Además del deterioro del cuerpo glorioso de la poesía, otro ejemplo muy fuerte del ataque de la cultura contra el lenguaje –y un gran daño a nuestra escuela, a nuestros chicos, a nosotros mismos- es que se haya interrumpidoi la tradición de algunos grandes poemas sabidos –saboreados-de memoria, porque los poemas que se aprenden durante la infancia y la adolescencia son como grandes hitos de belleza y emoción, grandes arcángeles guardianes que nos alumbran y a los que nos referimos consciente o inconscientemente toda la vida. Yo recuerdo poemas de Juana de Ibarbourou, de Pedro Miguel de Obligado, de Rubén Darío que me han acompañado siempre como grandes señales luminosas, como ese fuego alrededor del cual se encuentran desconocidos en una noche de invierno, y en donde se respira ese fuerte y querido aroma de la patria como si ella fuera la vieja y hermosa casa de la infancia. Por ejemplo, se me grabaron para siempre en la memoria aquellos dos versos del Nido de Cóndores que, en líneas generales, es un poema terrible, lleno de retórica patriotera, pero que tiene esas inmensas líneas: Todo es silencio en torno. Hasta las nubes/ van pasando calladas / como tropas de espectros que dispersan/ las ráfagas heladas”. De un solo aletazo nos han llevado a la mirada de los cóndores, a los Andes magníficos mirados y vigilados por un antiguo cóndor. O, en otro registro muy distinto, aquella maravilla de Banchs: “Si supieras cuánto, cuánto/ la casa y yo te queremos. / Es como un montón de estrellas/ todo lo que te queremos”.
¿Se puede ser más simple, más cierto, más conmovedor que esta estrofa? ¿Y se puede ser más obtuso que aquellos que impiden, por razones de didáctica actual, el encuentro de los chicos con estas palabras milagrosas? La poesía está allí diciendo: “Dejen que los chicos se acerquen a mí”, y los celadores del orden global y electrónico, los mismos que distribuyen pronografía a destajo por Internet, no se lo permiten.
Una tecnología que impulsa a desplazar toda memoria al depósito de una computadora y destierra el aprendizaje verbal en la superficie de la tierra civilizada es una tecnología que se ensaña con nuestra conciencia lingüística, con sus poderes y placeres, para reemplazar por el muchas veces vulnerable poderío de la máquina. Alienación de la memoria, esclavitud del mercado computacional: el deslumbramiento y entusiasmo por el innegable progreso que los “ordenadores” representan oculta muchas veces la violencia depredadora de esta empresa que no casualmente se acompaña de medidas pedagógicas pretendidamente progresistas, destinadas a recluir y cegar los manantiales del verbo a lo largo y lo ancho de todo el planeta.